La vida y la muerte
La vida y la muerte son opuestos y cercanos al
mismo tiempo. De un hilo pende el vivir o no, pero este hilo, en ocasiones es
difícil de romper por mucho que siquiera.
Toda persona debería poder elegir morir sin
agonías o remordimientos de ningún tipo, tranquilo y en paz y armonía con su
trayectoria vital. Ahora bien, acabar con la vida de otra persona, en ocasiones,
puede ser una dura decisión; pero, al fin y al cabo, es la decisión de esa
persona la que cuenta a la hora de realizar este trámite.
Una de las razones principales para apoyar esto,
en mi opinión, es la necesidad y derecho de finalizar nuestra vida tranquilos.
Eso no se consigue tan fácilmente. La muerte de una persona enferma, por
ejemplo, sin un método que lo impulse, sería por lo común lenta y agonizante, causándole un gran
sufrimiento al paciente en cuestión. Ésa, moralmente, no es una forma justa de
fallecer, ya que, por un lado, si has vivido una vida plena y feliz, esos
últimos momentos de dolor y angustia puede ser capaces de echar por tierra toda
sensación de felicidad pasada. Por otro lado, si la vida yo hubiera sido
dolorosa, ¿es acaso necesario alargar aún más si cabe ese sufrimiento? ¿Es
alguien merecedor de ello, cuando hay alternativas que podrían evitárselo? La
respuesta a esto es un “no” rotundo. Una muerte digna, paradójicamente, salva
una vida.
Sobre este tema hay una gran controversia. No todo
el mundo lo ve de la misma manera, ya que, ¿quién realmente quien tiene derecho
a arrebatar una vida? He ahí una gran pregunta responder. Es sencillo pensar,
que al paciente decide libremente el usar este método. Pero, ¿es realmente
libre cuando realiza esta decisión o está condicionado por factores externos,
tales como una enfermedad o una minusvalía? Nadie puede saber si en sus plenas
facultades este lo haría. Por ello, ¿es legítimo hacerlo, o no? Los médicos
suelen tenerlo claro y su respuesta es “no”. Se comprometen a respetar la vida
humana y a cuidar a su paciente, y el acabar con su vida va en contra de todos
esos principios, puesto que siempre tiene una esperanza, por pequeña que sea,
de mejora o de cura de la enfermedad en cuestión.
Por todo esto, no hay otra forma de describir esta
cuestión que como un gran dilema. Lo más acertado, en mi opinión, sería que
estos métodos pudieran aplicarse en casos donde la agonía sea tal que no la merece
ningún ser. Si bien es cierto que debe existir un control y una seguridad de
qué la decisión del paciente fuera irrevocable y no algo repentino como
reacción, por ejemplo, a un dolor momentáneo, por intenso que fuera.
Si no hay una regulación, lo más probable es que
se produjera un abuso de estas técnicas, lo cual conduciría hacia una verdadera
catástrofe.
Buena entrada, Nerea.
ResponderEliminarSaludos